Lean el original en inglés acá.
Como muchos ya saben, soy una consumidora voraz de cualquier tipo de medio (películas, series, libros) que se trata del tema de la historia reciente argentina, particularmente la historia de la última dictadura militar. A veces, incluso escribo reseñas1. Es un nicho raro, obvio, y no es lo más popular ni lo más rentable, pero a pesar de todo, es el nicho que he elegido, o más bien, que ha tocado a mí. Así que era obvio que iba a ser una de los primeros de entrar a Amazon Prime para ver Argentina 1985 cuando esta salió por streaming. Desde entonces, la película ha ganado el premio Globo de Oro en la categoría de mejor película en lengua no inglesa, y ha sido nominada por los premios BAFTA y Oscar en la categoría de mejor película en lengua extranjera/mejor película internacional.
La última del director Santiago Mitre2, Argentina 1985 cuenta la historia del Juicio a las Juntas, enfocándose mayormente en la figura del fiscal Julio César Strassera, nuestro héroe de mala gana que termina, al final, haciendo lo correcto. “La historia no estaba hecha por hombres como yo,” dice Strassera (interpretado por nadie menos que Ricardo Darín, el hombre de siempre del cine argentino) mientras que delibera si debe enfrentarse con los milicos o no, ya que haciéndolo arriesgaría a la vida de él y de su familia. Pero Strassera sí termina haciendo historia, junto con su co-fiscal, el joven abogado Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani), cuyo trabajo con Strassera lo pone en contra de su familia tradicional y sus vínculos fuertes con las Fuerzas Armadas (eventualmente, después de escuchar el testimonio escalofriante de Adriana Calvo de Laborde, la joven embarazada que fue secuestrada por las fuerzas de seguridad y torturada con su bebé en el vientre, la madre de Moreno Ocampo se da cuenta de lo equivocada que era).
La película termina de la misma manera que el juicio, con el ya famoso Señores jueces, Nunca Más de Strassera y cadena perpetua para las dos caras más infames de la junta militar, el General Jorge Rafael Videla y el Almirante Emilio Eduardo Massera. Los demás miembros de las juntas militares reciben condenas menos severas, y una posdata cinemática nos dice que la condena perpetua de Videla y Massera duró poco, ya que, solo unos años más tarde, fueron aprobadas las leyes de impunidad. Pero el punto es otro. ¡Metiste en cana a Videla, Papá! dice el hijo de Strassera. Y eso es lo más importante.
A pesar de todo, me gustó mucho Argentina 1985. Me encantó, de hecho, a pesar de sus claros héroes y villanos, a pesar de su fé inquebrantable en la humanidad, a pesar de sus malos recibiendo el destino que se los merece, al menos por un rato (la posdata también nos dice que los juicios resumieron después de la anulación de las leyes de impunidad por la Corte Suprema en los comienzos de los años 2000—supongo que, al final del día, la vida real, a veces, sí nos da el final inequívocamente feliz que nos merecemos). Reí con toda instancia de alivio cómico, no importa si fuera torpe o no, y mi corazón se apretó cuando miraba las interpretaciones de los testimonios del informe Nunca Más en pantalla grande.
Pero mi disfruto de la película, y más, mi creencia en su importancia para enseñar a la gente, sobre todo los que no conocen la historia reciente argentina, sobre los horrores de la última dictadura militar, desmiente mi propio pensamiento sobre el arte y mi oposición ferviente a la idea de que el arte debe servir como forma de educación moral para las masas. Es una contradicción que me inquieta mucho. Si esta fuera una película (o una novela) que se tratara de cualquier otro tema, la criticaría por su carácter claramente didáctico. ¿Qué distingue Argentina 1985, entonces? Es una pregunta que no puedo contestar sin apelar a lo personal, a mi relación de más de una década con el tema en cuestión.
Hay una línea delgada entre lo estético y lo educacional cuando uno hace arte (cinemático, visual, literario) sobre los horrores de la historia. Una novela o una película que se trata del Holocausto, sin importar sus pretensiones artísticas, siempre es leída/vista por la mayoría como una ventana a un pasado brutal de que nunca debemos olvidar. Un cierto grado de valor educacional parece inevitable cuando se habla de estos temas tan importantes. Pero hay grados de didacticismo también, desde lo muy obvio hasta lo imperceptiblemente sutil. Ser demasiado educacional y uno arriesga volviéndose moralista. Ser demasiado offside y uno arriesga minimizando el dolor y el sufrimiento de los protagonistas reales. La pregunta que debemos preguntarnos como creadores, entonces, es sobre la meta de nuestra obra, si esa existe como tal. ¿Es la educación, la auto-expresión? ¿O es algo más? ¿Qué es lo que queremos hacer, si queremos realmente hacer algo? Todas las respuestas son válidas; el arte puede tener o no tener una meta.
Argentina 1985 cumple—y cumple bien—con su meta, y lo que quiere hacer se queda claro con su distribución por parte de Amazon. La película es el equivalente cinemático de estas novelas que se encuentran entre lo literario y lo comercial, una película para los clubes de lectores, algo para mirar y después discutir en voz solemne. Aunque me encantaría ver una versión argentina de The Baader Meinhof Complex con los Montoneros (teniendo en cuenta que sería bastante complicado hacerla, con las cuestiones de la memoria y el deber de no-caerse en la trampa de los dos demonios), o una película sobre José López Rega y su relación con Isabelita y el esoterismo3, aún hay algo de valor en la naturaleza comercial de Argentina 1985. Porque lo bueno de la obra hecha para las masas es que esta puede preparar el terreno para obras parecidas que sean más complejas, inventivas, y experimentales. Si te gustó Argentina 1985, quizás te pudiera gustar TAL, TAL y TAL.
Les cuento que El estudiante estaba hecha para mí, con su retrato del mundillo de la militancia universitaria de la FSOC (UBA).
Si haya algún cineasta argentino leyéndome, por favor considere estas ideas.